Pidámosle a Dios claridad para saber qué hacer

Hay muchas situaciones en las que Dios es como una lámpara para nuestro pie. Cada vez que tenga alguna duda sobre su vida, pidámosle a Él la claridad suficiente para dar los pasos correctos.

Cada quien tiene su propio estilo para ver las situaciones difíciles que llegan a su mundo: Hay quienes encaran los problemas con dignidad; otros asumen el rol de víctimas y hasta se deprimen; están los que huyen de todo, en fin...

De manera desafortunada, ante adversidades, casi siempre vemos solo nuestras angustias, y esto nos impide ver con claridad los propósitos que esas situaciones nos traen.

¡Qué tal confiar en Dios!

Porque Él es el Ser más cualificado para darnos la guía que necesitamos. No en vano Él nos conoce mejor que nadie. No solo sabe muy bien cómo nos encontramos o nos extraviamos, sino también lo que necesitamos para volver al buen camino.

Si no acudimos a Él y permitimos que la angustia y la ansiedad nos confundan, se enfriará nuestra confianza y esperanza lo que, al final, nos hará trastabillar.

Cuando yo atravieso por momentos difíciles o paso por alguna duda le pido a Dios claridad para saber actuar.

No es un tema de cerrar y los ojos y listo. El tema va más allá: Es buscar un espacio íntimo con Dios no para pedirle que todo se me solucione en un santiamén, sino que me dé claridad para saber que hacer.

Cada vez que lo hago, más allá de que las cosas se me resuelven, comienzo a ver iluminado mi camino y así puedo dar los pasos correctos.

Obviamente el asunto va más allá de una luz en el sendero. Para alcanzar su Bendición hay que saber discernir el significado de las cosas que pasan en nuestras vidas.

A veces es la intuición que me llega la que termina indicándome lo que debo hacer.

¡Claro! Hay que saber discernir entre todo lo que merodea cuál es el camino a seguir.

El discernimiento me permite aguzar en todo momento lo que pasa y al mismo tiempo confiar en la capacidad que Dios me da para salir del atolladero en el que me encuentro.

Dios actúa en nuestra vida y eso nos debe mover a reconocer el lugar que Él se merece en nuestra cotidianidad.

La verdad es que, a través de sus acciones, Jesús nos habla de su poder pero al mismo tiempo nos recuerda que tenemos que actuar para superarnos.

Además de sentir su Misericordia, tras una pequeña plegaria, en mi caso, yo siento que mis pensamientos hacia Él y mi propio proceder comienzan a guardar coherencia con mi sentir y, por supuesto, puedo dar fe de que Él está en medio de todo lo que pasa a mi alrededor y que siempre está custodiándome.

La reflexión de hoy le apuesta a comprender que Dios siempre toma nuestras angustias en sus manos y nos cobija en sus brazos.

De hecho, no se mueve una sola hoja de un árbol ni se enciende una vela, sin que Él lo decida.

Las obras de Dios son buenas y no tienen precio. Si acude a Él, usted sabrá que todo lo que le pasa en la vida, ha sido conveniente y útil. El corazón, y no la razón, es quien siente a Dios.

Con su respectiva Bendición usted entiende que no son las circunstancias del tiempo, sino la forma como se afrontan los temporales, las que garantizan su bienestar.

Así Él nos parezca mudo y pensemos que no trata de arreglar las cosas; en cada paso de nuestra vida, siempre vemos la amistosa cara del Creador.

Un amanecer, la sonrisa de un niño y el olor de la tierra mojada por la lluvia, son varios de los rostros que nos regala. Lo anterior sin contar que la cara más amistosa de Dios está en nuestro corazón.

Si podemos creer que Cristo está actuando y no está lejos de nosotros cuando pasamos aflicciones, podemos esperar bendiciones que solo vienen a aquellos que ponen su esperanza en Dios.

Credito
EUCLIDES KILÔ ARDILA

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