¿Villorrio o ciudad?

Por la complejidad que se deriva del tamaño y los conflictos propios de una comunidad más extensa se debe exigir calidades a los equipos de gobierno y a los administradores de dichas comunidades, pero eso no parecen haberlo entendido ni las agrupaciones políticas, ni las propias comunidades que deben trazar su propio destino.

n numerosas ocasiones nos hemos referido en estas mismas líneas a la traumática evolución de Ibagué, al pasar de un poblado de vocación agropecuaria, en donde imperaban usos y costumbres propias del campo, a una ciudad que supera el medio millón de habitantes, cruce nacional de caminos y que soporta una enorme población flotante, en la que es evidente que ciertos usos y costumbres no pueden cohabitar con los requerimientos de una ciudad.

Los ejemplos abundan. En una ciudad de regular tamaño no pueden seguirse celebrando las fiestas tradicionales a la usanza de villorrios de unos pocos miles de habitantes, ni someter a extensos sectores comerciales y financieros a bloqueos de más de un mes para instalar ventas callejeras de mazorcas, cerveza y sombreros.

Tampoco parece razonable que a la hora menos pensada un grupo de ciudadanos embriagados se tome las pocas calles transitables con sus cabalgaduras, sin que nadie les impida esa actividad o, lo que es en alguna medida similar, que esas pocas calles transitables sean bloqueadas por horas por las más inopinadas competencias, los más inanes desfiles olas promociones comerciales menos trascendentes.

Es de la misma manera como resulta altamente irresponsable que las autoridades permitan el tránsito de animales sueltos por calles y avenidas con el peligro que representan para personas y bienes. Bien se sabe que en otro acto de corrupción, con varios episodios y millones de por medio, se escogió al lugar menos apropiado, más lejano y más costoso para construir el coso municipal; mas este es aún más inútil si el ciudadano encuentra en la vía al aeropuerto, en las proximidades de La gaviota, en la vía a Calambeo o por las calles de Ancón equinos espantados o vacas sin dueño que en tropel van destruyendo todo a su paso y causan lesiones a los ciudadanos como ha ocurrido en varias ocasiones sin que nada suceda.

Por cuenta de la complejidad que se deriva del tamaño y los conflictos propios de una comunidad que es más extensa, es que se deben exigir calidades a los equipos de gobierno y a los administradores de dichas comunidades, pero eso no parecen haberlo entendido ni las agrupaciones políticas ni las propias comunidades que deben trazar su propio destino.

REDACCIÓN EDITORIAL

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