Las calles de la amargura

Claro que si la comisión se aventura entre los vendedores ambulantes que colman las aceras y pasan por las calles Doce, Trece, Catorce y Quince solo desolación y cráteres han de encontrar. Por supuesto que los intrépidos viajeros habrán podido ver y oler lo que impera en el Parque Murillo y asombrarse, unos pasos adelante, en lo que queda de la Plazoleta Darío Echandía.

Un desapasionado paseo por la capital del Tolima ofrece violentos contrastes y dispares manejos del entorno cuyo resultado solo son contritos espíritus. Por un lado crecen y se multiplican modernas construcciones en espaciosos centros comerciales, edificios y conjuntos residenciales y nuevas urbanizaciones que, las más de las veces, generan incógnitas sobre el origen de tan elocuente pujanza.

Por el otro, una acelerada degradación de los espacios públicos y abandono generalizado de plazas, parques, vías, zonas verdes y edificios gubernamentales, como si se viviera un estado de postración económica insuperable y las fuentes del erario se hubieran secado irremediablemente.

Por un lado fuentes y espejos de agua que se convierten en atractivo para millares de visitantes que, además, encuentran escaleras automáticas y ascensores que facilitan su movilización, zonas de parqueo, aseo permanente, iluminación inmaculada y mantenimiento de andenes, paredes, murallas y jardines para los que nunca faltan recursos aún en épocas de vacas flacas. Por el otro, devastación total aupada por la ausencia de civismo y una nula acción de una frondosa burocracia que no justifica su existencia y no parece tener responsabilidad ni responder a ninguna autoridad.

Quizás se tildará a estas apreciaciones de sesgadas y producto de oscuros intereses políticos y en ciertos espacios radiales a tarifa se harán loas a lo inexistente a más de reportar lo que contradice a la verdad.

Si de algo sirviera basta invitar a funcionarios, organismos de control y concejales a una gira sin prejuicios que partiera de la propia Alcaldía y caminar 58 pasos hasta las fuentes de la Plaza de Bolívar, para luego atravesar el resto del ágora y ver los estragos causados por la estupidez en las esculturas que adornan la calle Diez. El periplo puede continuar al sur, al Parque de la Música para llorar sobre sus ruinas. En la intención de apaciguar la pena se puede devolver la comitiva por la misma calle hasta la carrera Tercera e iniciar un vía crucis de cinco cuadras en el que el mugre, el deterioro, la destrucción y la anarquía compiten por el trono del desgobierno. Claro que si la comisión se aventura entre los vendedores ambulantes que colman las aceras y pasan por las calles Doce, Trece, Catorce y Quince solo desolación y cráteres han de encontrar. Por supuesto que los intrépidos viajeros habrán podido ver y oler lo que impera en el Parque Murillo y asombrarse, unos pasos adelante, en lo que queda de la Plazoleta Darío Echandía.

A riesgo de darse de bruces o romperse una extremidad al levantar la vista verán los rezagos de anuncios de eventos del pasado y las paredes cubiertas de mensajes de patanes que algunos palurdos han elevado a la categoría de arte; y para no fatigar a tan ocupados ciudadanos se puede concluir el primer paseo para extasiarse con la invasión de la Plazuela Santa Librada hoy utilizada por las mesas de desprolijas ventas de pollo o casetas de venta de exóticos productos.

Otro día, tras descansar del esfuerzo, podrán dirigir sus pasos al que otrora fuera orgullo municipal: el Parque Centenario y tras asimilar el desastre caminar cien pasos al monumento al saqueo que es el Panóptico. No vale la pena llevarlos a las calles que bordean el Museo de Arte del Tolima pues pueden lesionarse en sus profundos agujeros ni al Parque López de Galarza donde a más del abandono y la yerba que crece sin control se corre el peligro de perder algunas pertenencias en un lugar que se ubica a solo dos cuadras del Comando de la Policía Metropolitana. Allí será preciso suspender las giras so pena de que los compañeros de viaje sufran una profunda depresión que los lleve a renunciar a sus cargos o a cohibirlos de asumir sus funciones aquellos que todavía no lo hacen.

REDACCIÓN EDITORIAL

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