Infiltrados en las universidades

Las directivas de nuestras universidades deben rechazar esa presencia y las autoridades deben actuar con toda la contundencia en la individualización de quienes están sembrando el miedo y la violencia en estos santuarios del saber y conocimiento.

Cuando caía el telón del Siglo XX y bajo la inspiración de la naciente y vencedora revolución cubana, la doctrina socialista se quería replicar en toda Latinoamérica y empezaron a surgir, entonces, movimientos incubados a partir de lo “bonito” que sonaban esas tesis. Incluso, hasta la música de los artistas afectos a la Revolución tuvo gran aceptación para esas décadas.

La penetración del pensamiento socialista y, propiamente, de grupos armados que lo adoptaron como doctrina de vida llegó a las universidades públicas colombianas, por aquello de combinar todas las formas de lucha y de encontrar el potencial perfecto allí de jóvenes inquietos, revolucionarios, que estaban convencidos de cambiar el rumbo del país. En esas décadas agitadas, varios de los estudiantes cambiaron el campus universitario por el monte y el fusil. Los ejemplos son muchos. De los que no se fueron al monte, otros se quedaron enquistados en esas universidades, tratando de conseguir nuevos jóvenes incautos y por supuesto, promoviendo mítines, infiltrando marchas, enfrentamientos violentos con las autoridades y haciéndole propaganda a la doctrina. En casi todas las universidades estatales de Colombia son ampliamente conocidos los casos de estudiantes que nunca se graduaron y duraron décadas en las aulas, cumpliendo otras misiones distintas a cursar las materias de las carreras en las que estaban matriculados.

Hace pocos días, el Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez, anunció la infiltración de una decena de universidades públicas por parte del ELN y de disidencias de las FARC. Esos grupos estarían reclutando estudiantes y capacitándolos en la elaboración de artefactos explosivos artesanales. Las autoridades, dijo el Fiscal, les vienen haciendo seguimiento desde la marcha indígena y serían los responsables de los hechos vandálicos de las recientes marchas contra el Plan Nacional de Desarrollo en Bogotá. En la Universidad del Tolima, estaría la autodenominada brigada Luis Otero, al parecer, responsable de los más recientes destrozos y violencia en las cercanías del Alma Máter.

Las universidades son los centros de pensamiento, de la universalidad de criterios, del respeto a la diferencia; pero sobre todo, los laboratorios donde se forman, semestre tras semestre, cientos de nuevos profesionales que aportarán todo lo aprendido al desarrollo de diferentes sectores. Por eso, no deben ser las incubadoras de grupos violentos y deben quedar por fuera del radar de esas organizaciones al margen de la ley, así esa mala práctica haya sido histórica.

Las directivas de nuestras universidades deben rechazar esa presencia y las autoridades deben actuar con toda la contundencia en la individualización de quienes están sembrando el miedo y la violencia en estos santuarios del saber y conocimiento.

REDACCIÓN EDITORIAL

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