Anécdotas de los balnearios de antaño en El Salado

HÉLMER PARRA - EL NUEVO DÍA
Había una vez un pueblito tolimense llamado El Salado, que gracias al entonces caudaloso río Alvarado, sus habitantes vivían de la pesca, el turismo, y, en sus amplios campos había arroceras, trapiches, chircales y abundaba la ganadería. Hoy todo ha muerto.

“Al río Alvarado no lo vi nacer, pero infortunadamente lo estoy viendo morir y eso da más nostalgia”, cuenta Rómulo Obando, mientras bebe un vaso de jugo. Cada sorbo parece ser un recuerdo que se atasca en su memoria.

Junto a él se encuentra Mery Poveda, quien también evoca cada uno de los balnearios que habían en El Salado antes que la civilización acabara con lagos, quebradas y mermara la cantidad de agua que hoy ofrece el contaminado caudal que nace en la vereda La María, jurisdicción de Ibagué; ahí donde también nacen las quebradas San Roque y El Paujil. 

Con o sin el chingue

Con risas en medio de una nostalgia innombrable, Mery se trasladó al charco Los Pelados. “Ir a ese lugar era prohibido, a uno le decían, ‘cuidadito con irse a asomar por allá’; es que en ese sitio se bañaban los muchachos sin ropa”.

“En ese tiempo no había vestidos de baño, interrumpió Rómulo, uno se bañaba pelado y las muchachas se escondían entre los matorrales para vernos y cuando nos dábamos cuenta corríamos a escondernos de vergüenza”.

“Era algo similar a cuando estudiábamos, añadió Mery, los niños en el recreo jugaban en un patio y nosotras en otro, pero yo a veces tiraba un balón para poder pasarme a donde ellos estaban”“Pero en Los Pelados, aseguró Rómulo’ entre carcajadas, Mery nunca me vio”.

Agua para mi gente

Haciendo memoria de las docenas de charcos o lagunas que formaba el río Alvarado, este hombre de 87 años de edad cuenta: “Donde ahora queda el cementerio La Milagrosa, estaba el charco El Cajón, era grande, y junto a éste estaba el de Los Molina.

“Ya se me olvidan varios”, dice mientras agarra su cabeza e intenta mencionarlos todos, pero al igual que olvidó los nombres de la mayoría de sus 12 hermanos, apenas dice; estaba La Sirena, Los Molina, El Peñón, El Recodo...”.

Y tras una pausa añadió, “el río formaba muchos bañaderos. Lo que hoy es el barrio Montecarlo estaba La Sirena, ahí descansaba la quebrada Paujil; ahora está pequeñita y parece quieren acabar con el humedal.    

“Frente a donde queda el Conjunto Cerrado El Bosque, estaba el charco Las Panelas, le decían así porque ahí quedaba una hacienda donde había un trapiche grande y producían mucha panela; le decían a uno, ‘lleve panela porque no sabemos que pase’”.

El castigo de Dios

“En el balneario Palogrande estaba La Herradura, bastante agua represada, pero tenía un problema”, comenta Rómulo.

“Ahí estaba la cantina donde llegaban algunas vagabundas; eso decirle a uno, ‘vamos para allá’, o que lo habían visto por ese sector era como un insulto. Allí llegaban las parejas, pero tocaba en el rastrojo”, finaliza entre risas.

A la cabeza de Mery llegó una anécdota que en su tiempo hizo temer a muchas personas y reflexionar a los pobladores.

“En el río se ahogó mucha gente, pero ahí falleció un niño. Lo que sucedió fue que una mujer se vino a escondidas del marido con otra persona, como no tenía con quien dejar al muchachito y me imagino no quería levantar sospechas, se lo trajo.

“Infortunadamente en un descuido el niño se ahogó; no me imagino que respuesta le pudo dar esa mujer al esposo y tampoco supe qué sucedió con ella. Lo que sí es seguro es que eso fue un castigo de Dios”. 

Sabrá Mandrake

El balneario de José A. Cruz era Mandrake; recibió ese apodo porque se vestía como el mago de las historietas, además andaba en un carro Berlina Negro.

En el sector que todavía se conoce como Mandrake, quedaba su cantina, él fue de los primeros que hizo un muro para retener más agua.Asegura Rómulo que Mandrake tuvo uno de los mejores gestos en El Salado cuando inició la escuela Alberto Santofimio (hoy Carlos Lleras).

“Necesitábamos por lo menos 20 estudiantes para dar apertura al colegio, y aunque buscamos muchos, fue difícil que aceptaran y eso que era gratis, entre los que se matricularon recuerdo a Bruno, Arquímedes y Reinaldo Vásquez.

“Cuando estuvimos todos, el inconveniente fue que no había pupitres, pero Mandrake dijo: ‘mis butacas las uso los sábados y domingos, llévenlas al colegio, las tienen entre semana y luego las traen para la cantina’”.

Pero antes que se llamara Mandrake, el dueño del lugar era Juan B. Pacheco, quien junto con su esposa Laura de Pacheco, preparaban lechonas y vendían en el lugar; conocido como La Bohemia.

“Recuerdo, añade Rómulo, ‘Pacho’ Peñaloza, (exgobernador), venía a bañarse ahí”.

Para todos los estratos

En el balneario del puente El Colí (hoy barrio El País), llegaban las personas con carro; había más agua porque desembocaban varias quebradas, entre ellas, el Totare,   

“Allá extendían hamacas, llevaban ollas y la gente pescaba; me acuerdo que veía a las señoras sajar los pescados recién sacados del río y secarlos al sol.“Preparaban viudo de pescado y no se pensaba en bacterias ni nada; ahora el río no tiene peces, pero sí está muy contaminado”, puntualizó Mery.

Cuenta Rómulo que para las empleadas de servicio también había un sitio exclusivo, y era el de Los Rubio, ‘El Valerito’, de don Valerio, que estaba frente a donde permanecieron las antenas de RCN, un poco más arriba donde está hoy el barrio El Limón.

“Las ‘mantecas’, como les decían a las empleadas en ese tiempo, llegaban a esa zona y los jóvenes les decían que no se preocuparan por el transporte porque pasaba hasta tarde, pero era mentira, las berlinas solo estaban hasta las 9 de la noche. Seguían bailando y luego tenían que quedarse allá, casi siempre con los muchachos”.

Credito
ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS

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