Editorial: Sí se podía

Nadie puede explicar que quienes están enterados al instante de lo que acontece en las distintas regiones del país ignoraran lo que ocurría en sus mismas narices y en la vecindad de sus propiedades, con todo salvajismo y a la vista de todos.

Aunque algunos sectores del país pretenden ocultar las abominaciones cometidas en momentos no muy distantes en el tiempo en la vida nacional hay, aún en instituciones que fueron gravemente permeadas, quienes no consintieron con la barbarie, la combatieron de frente y, hoy en día, sirven de testigos para que quede constancia de lo acontecido y, más importante, buscar que esas vergonzosas épocas no se vuelvan a repetir.

En la más reciente edición dominical de El Espectador se describe cómo el hoy comandante de la Séptima División, general Jorge Salgado, logró terminar con la máquina de muerte que se había instalado en la Brigada XI del Ejército, en que siguiendo los parámetros establecidos por el entonces comandante, Mario Montoya Uribe (hoy procesado) se reclamaba por el registro de “litros de sangre” que se hizo realidad con los llamados ‘falsos positivos’, en una orgía de sangre que se extendió por todo el país y que allí en XI Brigada tuvo como ejecutores a los coroneles Luis Fernando Borja y William Hernán Peña Forero, también procesados en una acción judicial sustentada en mil 629 documentos.

El general Salcedo desmontó esa máquina de muerte, probó que esa digna actitud podía llevarse a cabo y no ha descansado hasta lograr que la ley intervenga y se haga justicia en tan abominables actuaciones.

Así como el general Salcedo prueba que no hay que arredrarse ante la corrupción y la barbarie, se hace más evidente la anomia que se presentó en la misma región en tiempos de sombra. Paradójicamente, mientras Salcedo detectaba el cáncer y buscaba erradicarlo de raíz, otros personajes, gremios, medios de comunicación, instituciones y funcionarios permitían el despojo, el desplazamiento, las amenazas y el asesinato perpetrados en contubernio con los grupos armados que se apoderaron de la región.

Nadie puede explicar que quienes están enterados al instante de lo que acontece en las distintas regiones del país ignoraran lo que ocurría en sus mismas narices y en la vecindad de sus propiedades, con todo salvajismo y a la vista de todos.

Allí había notarías que se prestaban para legalizar el despojo forzado de tierras, en esa región el Fondo Ganadero patrocinaba y se lucraba de los despojos y abusos, Mancuso y sus hordas se adueñaban de la Universidad de Córdoba y asesinaban a quienes se oponían a sus designios, era la región de la que se designaba al embajador de Colombia a quien había mandado a asesinar al Alcalde de El Roble en hechos denunciados públicamente por la propia víctima y el sitio en la que se daba muerte al periodista Clodomiro Castilla, en contubernio con muy importantes sectores de la sociedad, y nadie, ni siquiera el que de todo se entera, dijera esta boca es mía o se encargar de poner fin a la infamia.

Todo lo anterior hace que la actitud y la actuación del general Salcedo adquiera mayor relevancia, pese a que no hacía nada distinto a cumplir con su deber y portar con dignidad las armas de la República.

REDACCIÓN EDITORIAL

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