Tras las rejas

Carmen Inés Cruz Betancourt

No me refiero a las rejas de las cárceles sino a las que instalan en la puerta de casi cualquier casa y pequeño negocio para defenderse de atracadores que amenazan a residentes y clientes en tiendas, salones de belleza, peluquerías, droguerías, etc. Es así como se observan cuadradas enteras donde una sucesión de rejas dejan la impresión de una prisión extendida.
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Pero son estrategias que poco ayudan porque los delincuentes tienen la alternativa de amenazar y extorsionar por teléfono, notificando que si no atienden con prontitud sus exigencias se exponen a que le instalen explosivos o lesionen a miembros de la familia y colaboradores, como efectivamente han hecho en diversos lugares. Así, antes que actuar como eficaz defensa frente a los atracadores, esas rejas tienen más efecto psicológico, y consiguen agudizar la sensación de inseguridad y angustia que abruma a las comunidades. 

Entre tanto, las tiendas y restaurantes medianos y grandes, y los Centros Comerciales, deben mantener puertas abiertas al público que escasea cada vez más. Esta circunstancia acaso explica la creciente actividad de los domiciliarios, porque quien requiere algún servicio puede concluir que es mejor pedir domicilio y quedarse en casa para no exponerse y, de paso, evitar el caos vial y otros riesgos que se viven en las calles. Un hecho que impacta no solo la posibilidad de socializar, caminar, distraerse y también al comercio, porque sabemos que además de las compras puntuales que alguien requiera, la circulación en aquellos escenarios invita a compras adicionales para satisfacer antojos repentinos. 

Diversos impactos se derivan de ese enclaustramiento obligado. Así, después de un tiempo. éstos podrían adoptarse como comportamiento usual y determinar caracteres temerosos, desconfiados, retraídos, proclives al aislamiento y poco a poco pueden reducir el círculo de amistades por el mínimo contacto que conservan, si bien  inicialmente lo sustituyen con el teléfono o el whats app. Solo que éste, después de un tiempo, terminará siendo absorbente, repetitivo y fatigante, hasta llevar a situaciones como las que muestran los medios, de personas que pasan semanas y hasta meses sin hablar con alguien,  y cuya comunicación se ha reducido a breves whats apps, que luego tienden a responder con emoticones y así sustituyen formas de comunicación más profundas y completas. Entonces, las risas y los abrazos se reducen a dibujos animados que no reemplazan la calidez de un fuerte y afectuoso abrazo entre amigos, que se encuentran y comparten un café o un helado. 

Por supuesto, ese enclaustramiento puede impactar más profundamente a los adultos mayores y también a niños y adolescentes que, por el temor de padres y cuidadores, tratarán de evitar que salgan a la calle, que compartan en el parque, en cafeterías y otros escenarios donde consideran que corren peligro, lo que puede desencadenar confrontaciones en la familia, además de hacer de ellos personas desconfiadas, temerosas, aisladas, incapaces de compartir con otros, comportamientos absolutamente insanos.  

Si lo anterior parece exagerado, piénselo de nuevo y no descarte que hasta ese punto podemos llegar, y con ello a perturbaciones mentales que constituyen una  seria amenaza para las comunidades. En suma, poca duda cabe sobre la gravedad que implica el creciente flagelo de la inseguridad, que no es solo percepción sino una cruel realidad, con el agravante de que para combatirla pareciera que es poco cuanto se hace y sus resultados muy pobres. En consecuencia, el llamado ciudadano es a los órganos competentes, para que trabajen con mayor intensidad y articulación para superar los altos niveles de violencia e inseguridad que nos tienen acorralados y encerrados, acaso en peores condiciones que las vividas durante la pandemia del Covid. 

 

Carmen Inés Cruz

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