El poder desde siempre ha traído consigo una sed insaciable de inmortalidad que embarga a los que lo poseen, bien sea porque sienten que su estatus les ha hecho merecedores de la misma o porque enfilan las baterías de sus regímenes para alcanzarla.

Insisto con vehemencia que impartir justicia es, de lejos y con creces, la función más compleja y volátil del todo el engranaje estatal.

Desde hace ya bastantes siglos, la teoría política que mayores adeptos ha sabido ganarse es aquella defensora del Estado nacido como resultado de un gran contrato social entre sus habitantes

Cierre los ojos por un momento e imagine que, gracias a un gran consenso global, cada país ha escogido a su mejor mago para que le represente ante los demás.