Editorial: Corrupción, el cáncer de Colombia

La política muy seguramente seguirá plagada de corruptos si se sigue votando por los mismos y las mismas, por aquellos que llevan décadas viviendo de la teta de los recursos del Estado y de lo que logran ganarse por debajo de cuerda.

Mucho tiempo tuvo que pasar para que los colombianos entendieran que el mayor problema del país no eran las Farc. Mucho menos el narcotráfico, que algunos incautos creyeron que iba a desaparecer aquel 2 de diciembre de 1993, cuando mataron a Pablo Escobar. Lo cierto es que el principal problema de Colombia se llama corrupción, la cual, sin duda alguna, ha logrado infiltrar, si no son todos, la gran mayoría de escenarios políticos e instituciones del país. Lo peor de todo es que el mal avanza como un cáncer que hace metástasis en el erario de los colombianos.

Tristemente ningún lugar de Colombia se salva de los corruptos, y como quedó nuevamente evidenciado el pasado domingo a través del programa de televisión Séptimo Día, el Tolima y sus rincones han sido presa fácil de los corruptos que han llenado sus bolsillos a costa de los recursos públicos. Tampoco tendríamos que ir muy lejos, para decir que con el desfalco de los Juegos Nacionales en Ibagué muchos se hicieron ricos robando y dejando robar, y como lo hemos venido reiterando desde este espacio editorial, algunos de ellos siguen campantes caminando por la Tercera, y frecuentando clubes y establecimientos de la ciudad.

La gran preocupación es que a pesar de la creación del Estatuto Anticorrupción, actualmente solo el 25 % de los condenados como corruptos está en la cárcel, y en un porcentaje más elevado, la corrupción se convierte en un mal silencioso, que pasa inadvertido, sobre todo en municipios apartados y lugares recónditos en donde se acostumbraron a eso. Hoy es casi que un modus operandi en instituciones públicas el clientelismo, la cultura del todo vale y los amiguismos, entre otras formas de corrupción.

A decir verdad, hoy el país no tiene idea de cómo combatir este flagelo. Aquí pareciera que equivocadamente nos acostumbramos a los corruptos, como si aquello no fuera lo mismo o peor, que cuando encontramos un ladrón de bolsos en la calle, o un apartamentero. Ladrones de cuello blanco como Samuel Moreno abundan en Colombia, y el problema es que no han sido acusados, muchas veces por falta de pruebas, pero también por la misma corrupción que en cadena permite comprar silencios y apaciguar procesos en juzgados.

La política, que es en donde la corrupción camina con mayor firmeza, muy seguramente seguirá plagada de corruptos si se sigue votando por los mismos y las mismas, por aquellos que llevan décadas viviendo de la teta de los recursos del Estado y de lo que logran ganarse por debajo de cuerda. También, si a la hora de contratar funcionarios en gobernaciones y alcaldías, priman los compadrazgos y los padrinos políticos, a pesar de las manchas en las hojas de vida. Un funcionario público, contratista, sea cual sea su función, debe tener una historia laboral intachable, y en el caso de nuestra región, de manera vergonzosa, ha sido lo contrario.

REDACCIÓN EDITORIAL

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