Una vida con olor a muerte en Ibagué

HÉLMER PARRA - EL NUEVO DÍA
Hernán Moná es un ibaguereño que ha enterrado a músicos, políticos y otras personalidades, y aunque hace años perdió la cuenta de las personas que tuvo que inhumar, la de sus padres y un compadre, son las que más lo han marcado.

Con 59 años de edad, Hernán Moná Avilés decidió cambiar una oficina por un cementerio. 

Hace tres décadas, tomó la decisión de vivir rodeado de muertos. Su trabajo no es solo el de enterrarlos, sino también el de limpiar día tras días sus lápidas. Moná Avilés es uno de los cuatro sepultureros más antiguos del cementerio San Bonifacio. 

Por sus manos han pasado personas de todos los estratos sociales. Le ha tocado excavar fosas para N.N., enterrar niños, niñas e incluso tuvo que darle sepultura a sus propios padres.

Este ibaguereño cuenta que desde niño ha estado involucrado en el mundo de los muertos, pues nació, se crió y aún sigue viviendo a pocas cuadras del camposanto.

Ya está acostumbrado al olor de las tumbas, de las flores marchitas que posan en jarrones viejos sobre los mármoles, algunos con más de medio siglo de antigüedad. El primer día de trabajo, cuenta, le dijeron que su oficio era variado, pero no pensó nunca que entre sus labores tenía que abrir huecos, enterrar muertos, exhumarlos y con ellos enterrar relatos.  

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Con famosos

Por las manos de este hombre han pasado los cuerpos de importantes personajes del Tolima. Leonor Buenaventura de Valencia (la novia de Ibagué); Jorge Ezequiel Ramírez Salazar ‘Emeterio’ (Los Tolimenses); el empresario Jorge E. Castilla está en la lista.

Los familiares del general Maximiliano Neira; Juan Tole Lis, quien fue gobernador y senador de la República; Rafael Parga Cortés (exgobernador); Ernesto Ortiz, fundador de la Cacharrería Legal; al periodista Jorge Eliécer Barbosa; el padre Javier Arango, y otros que se le escaparon en medio de esta entrevista.

“Aquí está la persona que más amó a Ibagué”

La ‘Novia de Ibagué’, Leonor Buenaventura de Valencia, aquella mujer que le dedicó varias de sus canciones a la Ciudad Musical, también tiene su espacio en el San Bonifacio

Esta dama que falleció el 2 de junio de 2007 debido a problemas de salud, tuvo uno de los funerales más recordados en la ciudad; sus canciones sonaron durante horas en las emisoras locales y en el mismo camposanto, ese día las serenatas no se hicieron esperar.

La tarde de su sepelio, varias personalidades de la ciudad llegaron a su última morada, una esquina en el centro del camposanto y a pocos metros de la iglesia; allí bajo un verdadero jardín descansa eternamente la persona que más amó a Ibagué.

El epitafio que se lee en su placa, no es otro que el que se merece una persona que dio su vida por la ciudad: “Aquí está la persona que más amó a Ibagué”, acompañado de “Ibagué, tierra de ensueño, tierra de amor y de paz, para mí no hay en el mundo nada más lindo que tú. Leonor Buenaventura de Valencia, La Novia de Ibagué”.  

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La tragedia de Armero casi lo hace renunciar

Con su uniforme beige y su cara bronceada y cansada, Hernán Moná habla de los difuntos como algo natural, y parece como si ya no tuviera sentimientos.

Asegura que iniciando sus labores, por allá en marzo de 1980, pensó muchas veces en abandonar su cargo, este pensamiento aumentó años después, debido a las escenas que vivió durante el nefasto noviembre de 1985 y que todavía recuerda.

“Llegaban los camiones cargados de cuerpos sin identificar, muchos niños, cadáveres descompuestos, teníamos que abrir fosas y enterrarlos como llegaban, sin ataúdes, ni nada; no podíamos permitir que se propagara una epidemia.

“Fueron días tristes y de mucho trabajo, pero ya me habitué a convivir con los muertos y es algo normal, por supuesto uno respeta el dolor ajeno y es algo a lo que uno debe estar preparado porque la muerte nos llega a todos algún día”.

La ‘Ciudad Blanca’, como también era conocida Armero, desapareció el 13 de noviembre de 1985; esa ‘noche de terror’, cuando el volcán nevado del Ruiz decidió hacer erupción, llevándose consigo la vida de más de 20 mil personas. 

Del combatiente

Entre mármoles y bustos, tiene como anécdota particular, la tumba del ‘combatiente’ Juan Tole Lis, de quien dice, es sagrada para su familia, pues pocos se atreven a tocarla, ya que es su esposa la única que cada semana le pone flores nuevas y agua limpia.

Tole Lis murió estrenando su cargo como Gobernador del Tolima, pues había transcurrido un poco más de dos meses desde que se posesionó, cuando el 18 de julio de  1987, el helicóptero en el que viajaba rumbo al Sur del Tolima se estrelló en el barrio La Francia, cerca al hospital Federico Lleras Acosta.

El día de su entierro llegaron desde Bogotá los entonces ministros César Gaviria Trujillo y José Manuel Arias Carrizosa, de Gobierno y Justicia, respectivamente.

Esa tarde, el cuerpo del exgobernador fue llevado en un desfile desde la Asamblea hasta la Catedral Primada.Hacia las cuatro de la tarde, el San Bonifacio, que en ese entonces era mucho más pequeño que hoy en día y sus calles no estaban con asfalto, se llenaba de personas que querían darle el último adiós y a todos los rincones llegaban los acordes de las guitarras.

Esa tarde, la banda departamental interpretó el bambuco El Natagaimuno, en honor a su tierra natal; las palabras de los jefes liberales de aquel tiempo como Alberto Santofimio Botero, también llenaron la atmósfera gris que se confundía con el llanto familiar. 

“Aquí espera Juan Tole Lis. Combatiente del liberalismo y de la Democracia. Concejal, diputado, Representante a la Cámara, Senador y Gobernador del Tolima. Octubre 6 de 1936 – Julio 18 de 1987”, reza la tumba.

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Un adiós a sus padres

La fuerza de Moná, que retomó después de la tragedia de Armero, se vio mermada una vez más el día que tuvo que enterrar a su padre y cuatro años después a su madre.

Dice que fue duro tener que ayudar a bajar el féretro y echar algunas paladas de tierra sobre el cofre mortuorio.

Ese día tuvo que intercalar su oficio de sepulturero con el de un doliente, cada palada generaba un sonido seco entre la madera y la tierra, ese mismo sonido que golpeaba con fuerza su corazón y se transformaba en lágrimas que ni el más fuerte sobre la tierra puede disimular.

En una tumba doble reposan sus padres, acompañados de políticos, cantantes, compositores, periodistas, poetas, N.N., y cientos de cuerpos que esperan la llegada del salvador de los hombres. 

Finalmente Moná Avilés contó: “He tenido que enterrar familiares de personas que conozco; recuerdo el día que tuve que sepultar a un compadre, alguien con quien compartí muchos momentos de mi vida; su muerte se produjo debido a un accidente que sufrió mientras viajaba, mi trabajo consistió en enterrarlo y exhumarlo”.

Más de su oficio 

Desde muy niño, narra Hernán Moná, estuvo involucrado en los oficios del cementerio, pues se le escapaba a su madre con una cantina de agua para regar las flores de los muertos y así recibía propinas de las personas.

Se casó muy joven. Para mantener a su familia consiguió trabajo en un supermercado de Pereira, allí fue empacador; corría el año de 1978.

“Cierto día los patrones necesitaban quién llevara el kardex y les dije que me dieran la oportunidad, me fue bien pero luego me cansé de estar solo, mi esposa y mi familia en Ibagué y yo en Risaralda; ahí fue cuando hice contactos para abrir unas fosas en el cementerio y me devolví para mi ciudad.

“A los meses salió una vacante en el camposanto y aunque no estaba en mis planes continuar con esas labores, accedí a ser el jardinero; pero años después sucedió la tragedia de Armero y me tocó enterrar todos los muertos que llegaban”.

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Credito
ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS

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