Editorial: Los bárbaros del fútbol

Los casos más graves se hacen evidentes con las barras de equipos como Nacional, Millonarios, Santa Fe y Medellín, pero no excluye a los fanáticos de divisas menos conocidas como el Cortuluá que la emprendieron recientemente contra un bus del Deportes Tolima.

La expresión de algunos sectores de la sociedad resulta, en ocasiones, incomprensible para la mayoría, pero revela, con crudeza, los traumas, exclusiones y frustraciones de quienes nacieron sin futuro y a quienes, esa misma sociedad, no ha brindado opciones sino reducido a la marginalidad, la violencia irracional y a conservar por la fuerza esas minúsculas e intrascendentes porciones que se convierten en la justificación de su existencia y su única razón de ser.

Un ejemplo doloroso de esa exclusión lo conforman los integrantes de algunas de las barras bravas del fútbol colombiano que han desbordado a los órganos administrativos de los equipos, a las entidades gremiales del deporte y a las mismas autoridades que no encuentran fórmulas prácticas para manejar la irracionalidad.

Si para un ciudadano común y corriente resulta inconcebible que alguien agreda, destruya o mate por cuenta del resultado de un partido o la exhibición de una camiseta o un color, para algunos de los integrantes de estas comunidades tales símbolos y situaciones se convierten en la prioridad de su existencia, a la que se supedita toda otra función, querencia o afiliación.

Los casos más graves se hacen evidentes con las barras de equipos como Nacional, Millonarios, Santa Fe y Medellín, pero no excluye a los fanáticos de divisas menos conocidas como el Cortuluá que la emprendieron recientemente contra un bus del Deportes Tolima.

La aparición de los mencionados equipos es recibida con pánico en ciudades no acostumbradas a tan gratuita violencia, pues indefectiblemente verán sus paredes embadurnadas, los elementos urbanos destruidos, los negocios violentados y la dotación de los estadios menoscabada y, con mucha frecuencia, por hechos de sangre escenificados en sus calles.

Son realmente vándalos con un enorme resentimiento por la sociedad que los excluye y concentran esas frustraciones en hechos violentos, como acaba de ocurrir con la presencia de Nacional en Lima, en donde los gamberros asaltaron tiendas, atacaron a los ciudadanos, se enfrentaron a la policía y, no contentos con esa salvaje demostración organizaron reyertas entre ellos mismos no solo en suelo peruano (donde algunos quedaron detenidos) sino en el avión en el que fueron expulsados y en el aeropuerto a su llegada donde prolongaron la estela de destrucción.

¿Cómo se reeduca a alguien que considera lícito apuñalar a un semejante por cuenta del resultado de un partido o por razón de la casaca que viste? Todo lo que se ha ensayado en Colombia para controlar el fenómeno ha fracasado y es menester volver los ojos a las soluciones empleadas en Inglaterra con un problema similar y que incluyó grandes dosis de garrote y tecnología, pero también un suministro de zanahoria a lo largo de los años.

REDACCIÓN EDITORIAL

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