Editorial: Nobel sin júbilo

Lo cierto es que merecido o no, y celebrado poco o mucho, sin ninguna duda el Nobel de Paz se convierte en un reto no solo para Juan Manuel Santos, sino para los demás políticos del país, las guerrillas y los colombianos en general.

Quién iba a pensarlo: El Ministro de Defensa estrella del expresidente Uribe, el hombre que combatió con firmeza a las Farc y demás grupos al margen de la ley, recibió el pasado sábado el Premio Nobel de Paz. Hace seis años probablemente nadie se hubiera imaginado que aquel hombre que prometió continuar las posturas de ese gobierno del cual hizo parte, en especial la política de seguridad democrática que implicaba seguir combatiendo la guerrilla, terminaría haciendo lo contrario.

El Nobel de Paz otorgado a Juan Manuel Santos, llegó en un momento en el que la búsqueda de la paz parecía haber perdido la batalla contra el escepticismo de una buena porción del país que votó No en el plebiscito. Según Santos, cuando todo parecía estar en un grado máximo de incertidumbre y desesperanza, la noticia de la digna distinción sirvió de empujón para continuar con mayor compromiso. Las reuniones con los diversos sectores sociales, políticos, entre otros, sirvieron de base para la consolidación del nuevo acuerdo que fue firmado en el teatro Colón, y que finalmente fue refrendado por el Congreso de la República, devolviendo en algo, la esperanza de la otra mitad del país.

A pesar de ello, y de la innegable importancia que tiene en el mundo recibir un Premio Nobel, en esta ocasión el segundo para nuestro país, la noticia no fue celebrada con mayor júbilo por los colombianos, e incluso algunos cargados de ignorancia y mala leche, se atrevieron a afirmar que el premio había sido comprado por Santos. Las razones probablemente pueden ser muchas, entre ellas, principalmente la ruptura de relaciones y la enemistad con sus antiguos copartidarios, quienes fueron los encargados de desmeritar el Premio. Sumado a ello, es imposible negar que a pesar de que las Farc están a punto de desaparecer como grupo armado, la desconfianza que aún genera el proceso y la incertidumbre del posconflicto, hace su parte en el descontento de algunos que creen que el Nobel es inmerecido o al menos prematuro.

Además de lo mencionado, para muchos, el hecho de que el Nobel haya sido otorgado a un político, aparentemente le quita valor, y le resta importancia, a diferencia por ejemplo del Nobel de Gabo. El oficio de ser político está tan desprestigiado en Colombia, que probablemente si hubiera sido Uribe, De la Calle, o cualquier otro político de la corriente que fuera, el país hubiera reaccionado de la misma forma. Lo cierto es que merecido o no, y celebrado poco o mucho, sin ninguna duda el Nobel de Paz se convierte en un reto no solo para Juan Manuel Santos, sino para los demás políticos del país, las guerrillas y los colombianos en general. ¿Seremos capaces de responderle al mundo como país para vivir y trabajar por la paz?

REDACCIÓN EDITORIAL

Comentarios