Las marchas del 1M

Es impredecible hasta dónde puede llevar esta diatriba convulsa y la determinación de la Constituyente por fuera de la Constitución de 1991. Hay que rogar que no escinda el alma nacional, pues ya sabemos de qué color se tiñe la tierra patria cuando esto ocurre.

Las marchas de este 1 de mayo, Día de los Trabajadores, fueron exitosas. Como ha sido la constante histórica, fueron pacíficas, concurrentes con el ambiente de alegría vibrante que siempre les caracteriza y, en su contenido, los marchantes, en concordancia con el llamado del presidente, ofrecieron un mensaje de cambio que tiene que ser escuchado por todos los sectores sociales que no participaron en estas.

Sería un error mirarlas solo como una movida más de una campaña política para asegurar la reelección del actual Gobierno. Las expresiones de inconformidad tienen que ser escuchadas y atendidas; verlas nada más como un problema de quienes gobiernan hoy desde el Palacio de Nariño es inferir que solo desde allí es de donde tienen que venir las soluciones.

Por supuesto, una deriva continua hacia la radicalización del presidente y sus inmediatos colaboradores le resta espacio a una respuesta amplia desde los distintos sectores que pueden influir en la toma de decisiones para perseguir mayor justicia social. La persistencia en discursos que abran heridas lleva a caminos que extremarán la división en la existencia entre los colombianos.

El destino de cambio por una mayor justicia social, que la gran mayoría de los colombianos compartimos, tiene varios caminos por los cuales optar. Uno de ellos es persistir en concertar de verdad las reformas que cursan en el Congreso y las que faltan por presentar, para que el producto que resulte sea el de un conjunto de normas que interpreten el sentir de la Nación y no sólo una de sus visiones.

Preocupa, después de escuchado el discurso del presidente en la Plaza de Bolívar, que la travesía que está dispuesto a seguir recorriendo sea la de la continua confrontación y la agitación social.

Si lo que esperaban quienes le apuestan a la paz, no solo como el silencio de las armas, sino la de la apertura de los corazones en la siembra de un destino compartido en concordia entre todos, tuvo que ser decepcionante el maltrato del primer mandatario a los ciudadanos que marcharon el pasado 21 de abril, a quienes señaló de añorar la Constitución de 1886, su estado de sitio y el estatuto de seguridad “... con el que condenaba a jóvenes...”.

​Y si había la ilusión de que lanzara un ramo de paz y confraternidad a todas las fuerzas sociales, señaló que lo que hay hacer “es levantar la bandera del poder Constituyente”, pues el acuerdo nacional prometido definitivamente será “... desde el poder constituyente”, lo que implica “... organizar las asambleas populares no solo para detener un golpe, sino hacer realidad los cambios que se necesitan... para que abra la puerta al poder popular...”.

Es impredecible hasta dónde puede llevar esta diatriba convulsa y la determinación de la Constituyente por fuera de la Constitución de 1991. Hay que rogar que no escinda el alma nacional, pues ya sabemos de qué color se tiñe la tierra patria cuando esto ocurre.

El Nuevo Dia

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