Editorial: Fumigar o no fumigar

Como en tantas otras cosas, la verdad puede estar entre los extremos y quizá se podría fumigar en ciertas condiciones y en otras jamás, pero los debates dogmáticos dejan poco campo para el sentido común.

Cada día se descubren más nexos entre ciertos químicos y algunas enfermedades, especialmente las cancerígenas. El glifosato, a veces conocido con el nombre de Roundup por su producto más famoso, en inglés tiene un tinte vaquero porque quiere decir redada, o recogida de ganado, con la implicación de que todo lo que se mueve cae en su cerco, y por analogía, el Roundup químico no deja maleza viva.

El glifosato se había considerado el químico más efectivo para erradicar los inmensos sembrados de coca para producir cocaína, y era un inamovible en la “guerra contra las drogas”.

Una enorme desventaja de esta fumigación es el daño colateral, la vegetación devastada que no tiene nada que ver con los cultivos ilícitos que siembran entre esta.

La práctica inicial de los narcocultivos era tumbar toda la vegetación y sembrar la coca como si fuese un cultivo industrial, y esta costumbre hacia ideal fumigar porque arrasaba solo con las plantas irreglamentarias.

Los narcocultivadores luego se avisparon y comenzaron a entremeter la coca en los sembradíos legales de pancoger, incluyendo yuca, plátano y maíz, en un intento inicial de hacer las plantas ilícitas menos obvias desde el aire.

Simultáneamente los distintos promotores de estos narcocultivos, de izquierda y de derecha, fomentaron protestas campesinas porque la fumigación arruinaba sus cosechas legítimas y trataron así de presionar al Estado ante la comunidad nacional e internacional, aprovechándose de apadrinar dos causas políticamente ultra correctas: la social, sumada a la infalible de proteger el medio ambiente. Contra este dúo hay pocos argumentos que pesen más, y por buenas razones.

A pesar de las recientes recomendaciones del Fiscal Martínez de reanudar las fumigaciones al pasar los narcocultivos de 47 mil hectáreas a algo más de 140 mil hectáreas, Santos reafirmó, luego de que la Organización Mundial de la Salud declarara la fumigación como posiblemente cancerígena, y atendiendo un fallo de la Corte Constitucional, que no reanudará las aspersiones con glifosato, ni siquiera las manuales, entre otras cosas porque los acuerdos de La Habana con las Farc contemplan planes comunes contra el narcotráfico.

Un artículo de opinión en el New York Times acerca de la coca en Bolivia dice en un aparte: “Hasta ahora, la experiencia de ese país con su estrategia de drogas muestra más promesa que el modelo de erradicación forzosa de Washington”. Bolivia, con ayuda europea, estimula el uso milenario de la coca no narcótica en su país y protege ese mercado legal.

Como en tantas otras cosas, la verdad puede estar entre los extremos y quizá se podría fumigar en ciertas condiciones y en otras jamás, pero los debates dogmáticos dejan poco campo para el sentido común.

REDACCIÓN EDITORIAL

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